Por
Marcelo Stiletano | LA NACION
En la primera escena, del pico de un pájaro salen
ladridos. En la segunda, un mono relincha. En la tercera, vemos mugir a
un tigre de Bengala. Todas tienen igual duración, incluyen imágenes
tomadas de sendos documentales y aparecen acompañadas por la misma
leyenda: "Puede parecer gracioso, pero no es lo mismo". La conclusión
también es coincidente: "No al doblaje, sí al idioma original".
Debe haber muy pocos antecedentes en la TV de una
campaña de este tipo, dirigida con toda claridad al corazón del mismo
medio. Mucho más si tenemos en cuenta que el canal que levanta esa
bandera (la señal de cable I.Sat) pertenece a un holding de señales en
cuyo interior también se pone en práctica lo que aquellas imágenes
objetan. Toda una paradoja que, curiosamente, ilustra mejor que
cualquier otro argumento el fondo de la cuestión: estamos en el medio de
una larga e irresuelta disyuntiva que coloca frente a frente al doblaje
y al subtitulado. Dilema por fortuna ajeno a la beligerancia de otras
duras querellas mediáticas de estos días, pero al que le cabe en la
actualidad un cuadro de situación equivalente al de la guerra de
posiciones si recurrimos al lenguaje estratégico para entenderlo.
Si llevamos esta fórmula al extremo, hasta podríamos
ver en el mapa a buena parte del planeta dividida por colores según las
preferencias por uno o por otro sistema, lo que nos lleva a los orígenes
de la historia. Todo empezó allá lejos con el surgimiento del cine
sonoro, que dejó de lado esa uniformidad previa que emanaba del lenguaje
mudo y de los intertítulos a modo de separadores. Desde entonces,
países como España, Italia y Alemania mantienen su preferencia por el
doblaje, originado en el período de entreguerras del siglo XX ante la
necesidad de ampliar la difusión del cine en una población que estaba
por entonces (sobre todo en la península ibérica) apenas iniciando el
tránsito hacia una alfabetización masiva. Hoy, con una realidad
completamente opuesta, la práctica sigue tan arraigada que en Italia,
por ejemplo, hay actores famosos que también llegan a destacarse por ser
la voz en ese idioma de alguna figura (Woody Allen, por ejemplo) a lo
largo de varias décadas.
Dentro de este bosquejo, la Argentina se habituó con el
tiempo al planteo contrario, es decir, la opción por las voces
originales y el consecuente uso de los subtítulos. Una preferencia que
pareció fortalecerse con la devoción cinéfila de los años 60 y 70 en las
salas de arte y que encontró de un tiempo a esta parte una nueva
manifestación en la TV, un medio que había recurrido en sus orígenes a
las latas (cine y series) con idioma original y más tarde se acostumbró a
un viraje hacia nuestro idioma de la mano de aquella gloriosa
generación de doblajistas mexicanos que todavía disfrutamos gracias a
los dibujos animados y a series imperecederas como
Super Agente 86 .
Hoy, el panorama exhibe precisos matices. Junto a las
excepciones que siempre confirman la regla (en una línea precisa que va
de
Los Tres Chiflados a
Los Simpson ), el televidente
local más conocedor e inquieto por la novedad siempre se inclina por el
material subtitulado, cuyo valor agregado queda en evidencia: más
apertura al mundo, más vocación por conocer otras lenguas, más
consideración por la obra original de un artista. Se trata de una
percepción sin fronteras: el último ministro de Educación que tuvo en
España el gobierno socialista de José Luis Rodríguez Zapatero, Angel
Gabilondo, lanzó un debate para atenuar el doblaje, al que atribuía
(como muchos de sus compatriotas) parte de las dificultades que
encuentran los españoles para aprender otras lenguas.
Entre nosotros, esa misma discusión llegó por otras
razones para quedarse el 1° de junio de 2011, reconocido por todos como
el comienzo del
crescendo que llega hasta hoy con la campaña de
I.Sat. Ese día, Cinecanal anunció su decisión de prescindir para
siempre del subtitulado que había caracterizado su condición de canal de
cine
premium en el básico de la TV paga y se volcó
íntegramente al doblaje justificándose en el cambio de perfil de su
audiencia regional. Decían sus responsables que para mantener un rating
alto había que satisfacer la demanda de nuevos segmentos socioeconómicos
emergentes que progresaban en la escala social y al acceder al cable
preferían seguir viendo cine hablado en español.
De inmediato aparecieron apoyos y rechazos a una
iniciativa que comenzó a expandirse hacia buena parte del arco
televisivo. Algunas encuestas invocan la preferencia de los mayores de
50 años (con más dificultades para seguir el subtitulado) para sostener
el avance del doblaje. Otras defienden el derecho de los hipoacúsicos,
que no podrían ver tele de otra manera que con subtítulos. En línea
paralela la cuestión progresa del lado del cine, donde la natural
instancia de estrenar films destinados a la audiencia infantil empezaba a
extenderse a películas dirigidas a adolescentes y jóvenes, aún con
restricciones en la calificación.
Así las cosas, la discusión se hace eterna y hay dosis
equivalentes de razonabilidad en los argumentos de todos los sectores.
Parecen tener razón quienes atribuyen con cierta desazón el crecimiento
del doblaje a nuevas generaciones más perezosas y menos predispuestas a
descubrir la riqueza que ofrecen otros idiomas. Y del otro lado no
pueden desdeñarse argumentaciones como las del director Adrián Caetano
al defender el uso del doblaje por "la cantidad de información visual
que se pierde al leer", según se menciona en la lúcida y amplia nota
dedicada a este tema en el blog Micropsia, del periodista Diego Lerer.
Hay profusión de fórmulas intermedias. El holding
Turner (al que pertenece I.Sat) encontró la medida de cierto equilibrio
en canales como TBS y TCM, cuya programación se exhibe doblada al
español por la tarde y subtitulada en el prime time nocturno. Warner
emite sus series en idioma original y sus películas mediante doblaje,
mientras HBO tiene su señal número 1 íntegramente subtitulada y su señal
número 2 íntegramente hablada en nuestro idioma. Cinemax, baluarte del
subtitulado, amagó en un momento con virar el 100% de su grilla al
doblaje, pero más tarde volvió sobre sus pasos.
Detrás de una discusión que promete para los próximos
tiempos no pocas novedades, giros y pronunciamientos asoman indicios de
ciertos rumbos que podrían resultar irreversibles con el andar del
tiempo. Por un lado, que el subtitulado terminará haciéndose fuerte en
el espacio más exclusivo y costoso de la TV paga, el que corresponde a
la franja de canales de alta definición. Y por el otro, que con el
doblaje no sólo se alteran las voces de una película o una serie: ante
todo se pierde todo el envoltorio sonoro original que sustenta y hasta
llega a fundamentar el sentido de una obra. Alcanza como prueba casi
irrefutable el ejercicio de ver
Imparable, la excepcional
película que marcó la despedida del cine de Tony Scott, primero en su
versión original y luego con el doblaje al español. La experiencia
mostrará dos obras bien diferentes. Algo que en un punto puede parecer
hasta gracioso, pero no es lo mismo.
Fuente: Diario La Nación
Enlace: http://www.lanacion.com.ar/1519119-las-voces-del-doblaje-y-el-subtitulado